NONA
El brazo muerto de Dios evaporado en el ambiente se desangra, descrito en el popular evangelio apócrifo, cuando ya los adoquines son una alfombra achicharrada por los chorreones de polícroma cera bien fundida. Puntiagudos capirotes pespuntando el cielo esta tarde ausente de Jesús, en la vacuidad profunda de los sagrarios. No se avista el cadáver de un hombre, más bien, la buena muerte de aquel que ha hecho nuevas las cosas de cada día. Allá, en las clausuras, velan con salmos al esposo muerto haciendo sonar el anodino muñidor.
Cuatro golpes. El Señor, a plomo, grabado en marmóreas lápidas preside el camposanto astigitano. Dilatado tiempo vespertino sin campanas. Ceremonia disciplinada y antropomórfica que nos anticipa la nostalgia. Cristo en la hora nona paseando su mortaja.
Arco triunfal de derrota
descendido a las alturas
para subir las bajuras
de una vida que se agota.
Hoy la esperanza es remota,
como la luz apagada
de una promesa frustrada
que amortaja la alegría.
Damos, Señor, valentía,
ante esa cruz desnudada.
FOTO: Nio Gómez
TEXTO: Javier Fernández Franco