PRIMIGENIO
En el primigenio montículo de la ciudad, un capirote menudo y puntiagudo asaetea al cielo, mientras unos pies descalzos pisan los achicharrados adoquines llameantes de abrasados chorreones de la cera fundida. Unas calles que pespuntan su quejío y manifiestan su tristeza. Esta ciudad, a veces desagradecida, a veces laudatoria, se configura a sí misma en la ceremonia de la confusión del retorcido tiempo sin edad que dibuja al Señor de Écija en la vieja lámina sepia, que preside su historia.
El pueblo, ese evangelista apócrifo, te corona sin piedad mientras se agrieta en mil pedazos y uno la dolorosa noche que parte esta sempiterna semana en dos: antes y después de San Gil.
¡Cuánto duele la corona
que en tus sienes se clava!
Dime Jesús ¿quién socava
tu dignidad, tu persona,
con actitud tan bufona
bajando del altozano?
Ese mirar tan cercano
de tu perdón e indulgencia:
Eucaristía de indulgencia
a todo el pueblo ecijano.