Escuela ‘interruptus’
“El sistema educativo español, configurado de acuerdo con los valores de la Constitución y asentado en el respeto a los derechos y libertades reconocidos en ella, se inspira en los siguientes principios: a) La calidad de la educación para todo el alumnado, independientemente de sus condiciones y circunstancias”
Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación. Artículo 1 a)
Millones de alumnos y cientos de miles de docentes en toda España se han visto obligados a modificar su cultura de trabajo, enseñanza y aprendizaje, forzados por el confinamiento del COVID-19. En diferentes sectores (entre ellos muchos medios de comunicación) se ha pretendido trasladar la idea de que la “nueva normalidad educativa” ha llegado para quedarse abducidos por el brillo circunstancial de todo lo nuevo. Como profesional de la docencia, me niego a aceptarlo.
Es una evidencia que la educación no ha sido tratada realmente como un servicio esencial en esta crisis. El Congreso apartó el problema de los trabajos en la comisión para la “reconstrucción”. No apareció por ninguna parte un diseño de desescalada en las distintas fases reguladas por el Gobierno.
Se ha demostrado que la enseñanza presencial es insustituible. Diferentes informes de la inspección educativa y de otras entidades, – el Informe de Save the Children y el de la de la Fundación Cotec entre otros – muestran que la educación tiene una carga de socialización en sus propios fines (crear ciudadanos competentes y librepensadores) que precisa de la interacción y de la presencialidad para poder llevarla a cabo en toda su extensión. La escuela virtual ni existe ni puede existir.
Otra cosa bien distinta serán las clases on line. Nadie se educa en internet. Son sólo los ya educados los que pueden aprovechar la red. Lo virtual se ha convertido en el mal menor que conviene convertir en el mejor mal menor posible. Hemos descubierto que no es la palanca que las empresas de tecnología educativa nos vendían como un paradigma de éxito. Ni, como dice Gregorio Luri, hay un homínido nuevo llamado nativo digital, ni el libro de papel estaba desfasado ante la pantalla fuente del saber, ni estamos en la era de la información y tampoco es cierto que, sabiendo utilizar un buscador, huelgan los conocimientos previos. La relación pedagógica fundamental es la que se produce cara a cara. En la interacción tangible docente-discente. En el cara a cara no se puede mentir mucho tiempo. La cara es una presencia que siempre nos habla con mucha más sinceridad que la distancia. El cara a cara puede tener complementos, pero no sustitutos. Somos, como advertía Aristóteles, zoon politikón.
La enseñanza telemática que aparece como la salvación en estos momentos de crisis, y que algunos pregonan como sustitutivo de la escuela presencial, no solo no resuelve la brecha educativa, sino que la agranda; no son pocos los alumnos que no cuentan con los medios, las ayudas o los conocimientos necesarios para convertir esta situación en satisfactoria para su propio desarrollo y aprendizaje, porque, recordemos que, sin aprendizaje, habrá escolarización, pero no educación. Además, los docentes no están suficientemente preparados para este formato totalmente contrario a la razón de ser de la escuela (el 40% de los profesores no tiene conocimientos técnicos/pedagógicos para integrar las TIC en sus clases ni recibió los medios adecuados para formarse, según el Informe PISA 2018).
Todos los alumnos pierden con la enseñanza no presencial, pero las familias con posibles económicos y culturales pueden suavizar esa pérdida con medios complementarios y la propia colaboración familiar. Las familias que carecen de recursos son castigadas doblemente. Así pues, la familia se ha demostrado de nuevo como la verdadera institución de acogida cuya solidaridad no caduca. En esa solidaridad las familias se han convertido en sujeto de aprendizaje. Y en ese devenir, la tecnología ha funcionado donde la familia ha funcionado. Sin familia se ha demostrado que la brecha digital ha existido aun habiendo dispositivos en casa.
Si un niño con estabilidad socioeconómica encuentra, al llegar a la mal llamada escuela virtual, cerradas las puertas del conocimiento, tiene otros lugares a los que acudir. El pobre, no. Los pobres necesitan una escuela ambiciosa, infatigable, autoexigente, que no se conforme. Se merecen profesores que no les exijan menos de lo que potencialmente puede alcanzar su intelecto incipiente. Ningún país mínimamente serio puede permitirse diluir y despreciar el talento de sus ciudadanos. San Agustín decía a los maestros: “No seáis, pues, tan benévolos con los malos que les deis aprobación; ni tan negligentes que no los corrijáis; ni tan soberbios que vuestra corrección sea un insulto.” La ignorancia hay que combatirla todos los días porque renace con cada niño que viene a nuestro mundo. Un ciudadano nunca se queda sir ser educado. El problema es por quién. Antes o después, de un modo u otro, todos somos educados. Sin educar, no se queda nadie, la cuestión fundamental, por lo tanto, es que los buenos educadores lleguen antes que los malos (los peores ejemplos, las fórmulas más brutales de corrupción, la intolerancia, la relatividad de los valores, las modas, los medios de comunicación manipuladores, las redes asociales, los clichés, los atavismos, los prejuicios…).
La escuela ha sido una de las más grandes y más nobles creaciones de la humanidad. La escuela nació entre promesas emancipatorias que se muestra, hoy por hoy, incapaz de satisfacer plenamente porque supera sus posibilidades. Ojalá asistir con garantías de adquisición de conocimientos a un centro educativo no se convierta en un bien de lujo que sólo puedan permitirse, precisamente, los que menos lo precisan.
Javier Fernández Franco
Inspector de Educación.
@javierfrancofer
FOTO: M.G.