julio 27, 2024
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Ecijano de 92 años aprende a leer con 70 y lee un libro por semana

Andrés Martos Aguilar acaba de cumplir 92 años, aprendió a leer con 70 y prácticamente lee un libro por semana desde entonces. Este ecijano dejó la escuela con diez años para trabajar haciendo ladrillos en diferentes tejares de la ciudad. Tras jubilarse, volvió a estudiar para aprender a leer y escribir.

Nacido en diciembre de 1925, dejó la escuela con diez años. “Cuando ingresé en la escuela no dije ni buenos días y el maestro me echó a la calle”, se ríe, “porque no había entrado correctamente. Y ya no fui más”. Andrés prefería escaparse a un tejar cercano a hacer ladrillos. A trabajar. “A las primerías iba al colegio, me llevaba mi madre, pero conforme me dejaba en la escuela de la calle Mayor me escapaba”, reconoce. “En el momento que mi madre se iba, yo me iba también cuando ella ya no me veía”.

Se escapaba y se iba “al tejar, que es lo que me gustaba, a trabajar en los ladrillos. Me daban dos reales”. Era el mayor de cinco hermanos y su madre no se enteraba de que faltaba a la escuela porque ella bastante tenía con irse también a trabajar para sostener a la familia, viuda como era.

“En el tejar me hice un hombre”, afirma Andrés, que estuvo encadenando trabajos de temporada haciendo ladrillos. “Trabajaba donde me salía, donde me pagaban más”. Ninguno de los tejares donde trabajaba de niño existen ya. Cuando Andrés se cansó de trabajar para otros se instaló por cuenta propia. Con un hermano, levantó un tejar en la carretera a Palma del Río, donde compraron un terreno de 2.000 metros en el que levantaron también su casa.

Entonces ya tenía 33 años y había pasado más de la mitad trabajando. Y siguió trabajando en su tejar “hasta que me jubilé, fastidiado de la cintura por estar haciendo ladrillos desde que era chico”, rememora. Se jubiló y enviudó casi al mismo tiempo. Y con 70 años volvió a aprender a leer y a escribir, empujado por familiares que le habían hablado de una escuela para adultos en el centro de Écija. Y le gustó la idea.

Andrés dice que no le costó coger los libros de nuevo. “Yo las letras las conocía, pero no sabía leer, no estaba bien puesto… y aprendí lo que ahora sé”. Tiene sus preferencias. “Me gusta cuando cojo un libro que sea de emoción, de peleas… que pase algo, que se enfrentan y se pegan tiros”.

Algunas de sus lecturas rondan las 500 páginas. El último que ha leído es el clásico entre los clásicos, Don Quijote de la Mancha; eso sí, en una versión adaptada para adolescentes, que tiene la letra más grande y Andrés lee a la luz de un flexo. “Me gustan las historias que te enganchen, que te amarren; de esas que dices ‘Anda, qué hora es ya, me voy a acostar ya’. Pero sigues leyendo”, explica.

Por su lista de preferencias pasan Viaje al centro de la Tierra y las historias que protagoniza la familia Borgia – “me las he leído todas… Lucrecia Borgia… muy guapa ella”, sonríe – junto con cualquier novela de ambientación histórica. Tiene claro que no le gusta Harry Potter. Intentó leer la saga del joven mago y admite que “es buen libro” pero no le enganchó. “Me cansaba”, sentencia.

Andrés ignora cuántos libros se ha podido leer en los últimos veinte años. “Muchos”, calcula lacónico el anciano. La mayoría son libros prestados o sacados de la biblioteca de Écija, en su casa tiene pocos volúmenes propios. Sí que sabe que desde que aprendió a leer ha leído todo lo que no leyó de niño. “Porque de niño lo que hacía eran diabluras, iba al campo, me dedicaba a rayar las pizarras…”, porque la suya ha sido “una vida de trabajar. Yo no sé desperdiciar día ninguno”.